RECOMENDACIONES DE LA DRA. DESCANSO ®
La rebeldía es equilibrio
Claudia A. Bermúdez
Los adolescentes están en un tránsito hacia la edad adulta: necesitan sus espacios y momentos de intimidad, su privacidad, afirmar su personalidad y buscar su propia identidad. A diferencia de cuando eran niños o niñas, son capaces de pensar sobre ideas y asuntos de la vida (razonamiento abstracto), empiezan a razonar los problemas y anticipar las consecuencias, a considerar varios puntos de vista, y a reflexionar sobre lo que pudiera ser en lugar de lo que es, y esto les lleva, si les gusta practicar con argumentos, a mostrarse un tanto pesados y reiterativos.
Una de las consecuencias más relevantes de estos cambios mentales es la formación de la identidad: pensar en quienes son y quienes quieren llegar a ser. Es un asunto que les ocupa tiempo y hace que exploren distintas identidades cambiando de una forma de ser a otra con cierta frecuencia. Esta exploración es necesaria para un buen ajuste psicológico al llegar a la edad adulta.
La capacidad de pensar como personas adultas, acompañada de la falta de experiencia, provoca que el comportamiento de los adolescentes no siempre encaje con sus ideas, llegando a ser contradictorio en ocasiones: pueden, por ejemplo, ser grandes defensores de la naturaleza y a la vez, tirar basura en cualquier sitio.
En el aspecto emocional, son más inestables, es decir, que cambian de estado de ánimo con facilidad y a veces sin motivo aparente, creen que sólo les pasa a ellos algunas cosas, empiezan a rehuir de las manifestaciones cariñosas de la familia. Se vuelven más ariscos porque muchas veces consideran las manifestaciones de afecto entre la familia como cosas de niños pequeños, aunque ya comienzan a buscar el afecto a nivel de pareja: comienzan las atracciones hacia chicos o chicas de su edad.
Por lo mismo, la constante evolución de esta etapa provoca que el adolescente viva en continua crisis, que en ocasiones, hace que la familia se vea desbordada. La crisis de la adolescencia es el resultado de un conflicto interior entre un ser que tiene “la facultad de pensar pero la incapacidad de decidir”; la necesidad de expresar sus emociones pero la carencia de recursos apropiados para ello; la confusión de caos en su interior y la imposibilidad de detenerlo haciéndose obvio en el exterior; la ebullición de inquietudes personales y el enorme temor a la crítica, el rechazo y el ridículo; la necesidad de contacto físico amable pero la conversión del mismo en brusquedad; la búsqueda del silencio interno dentro del bombardeo del ruido externo.
La adolescencia no es una enfermedad ni es una etapa en la que los padres deben de “soportar y dejar pasar”. La adolescencia es la compleja fase que marca el proceso de transformación del niño en adulto, es un período de transición donde los protagonistas carecen de una identidad propia y de definición personal, pero la sociedad y, en especial sus padres, pretenden que actúen con madurez y responsabilidad, perdiendo de vista lo que señalan algunos autores al respecto: “el adolescente es una especie de híbrido, con rasgos de adulto y resabios de niño”.
La mayoría de los problemas mayores o trastornos que muchas veces suceden en la adolescencia pueden prevenirse desde la niñez, brindando a los hijos la mayor cantidad de herramientas cognitivas, afectivas y actitudinales para poder hacerle frente a este momento, así como responsabilidades de acuerdo a su edad. Para los padres, la adolescencia puede presentarse como una catástrofe natural; sin embargo, la preparación paterna es la que ayuda a contener este caos e impulsar al adolescente para que transite de la manera más adaptativa posible.
Si los padres tratan de aliviar “el mal de la adolescencia”, por considerarlo así no porque realmente lo sea, cometen uno de los errores más comunes que es suponer que la solución radica en imponer su autoridad mediante gritos, amenazas y castigos; obteniendo como resultado lógico exactamente lo que querían evitar, que es el desgastarse anímicamente, incrementando la rebeldía de los hijos y cerrando la mejor puerta que podrían haber utilizado: la de la comunicación.
La familia necesita establecer una relación basada en la comunicación comprendiendo que el hecho de estar detrás de los hijos la mayor parte del tiempo es la causa de que se incremente la rebeldía; las relaciones humanas que son percibidas como asfixiantes, originan esa necesidad de protección que se manifiesta a través del rechazo y aislamiento, con tal de preservar lo que se considera esencial para el ser humano, especialmente durante la adolescencia, ya que los chicos que están cursándola, interpretan lo que les sucede con mayor intensidad.
Entonces, paradójicamente, la rebeldía se considera como un equilibrio durante la adolescencia. No obstante, rebeldía no es lo mismo que la disconformidad y el espíritu crítico, actitudes que no suponen rechazo a la autoridad de los adultos; aceptarla es compatible con discrepar en la opinión y percepción sobre cualquier situación, tema de interés, opinión, etc., la variedad es lo que enriquece cualquier relación humana.
Podemos decir entonces, que existen cuatro tipos de rebeldía:
- La rebeldía regresiva: proviene del miedo a actuar y se traduce en la reclusión en sí mismo. El adolescente adopta una postura de protesta muda y pasiva contra lo que le rodea, pareciendo que se cubre con una armadura protectora hermética y casi imposible de franquear.
- La rebeldía agresiva: se manifiesta de manera violenta. El adolescente al no poder tolerar las dificultades que se le presentan en la vida cotidiana, por saberse frágil y temer ser dañado, trata de mitigar su dolor haciendo sufrir a los demás. Manifiesta su oposición y sublevación murmurando, gritando, reclamando, criticando, confrontando o mediante un comportamiento claramente hostil traducido en violencia física directa destruyendo objetos, agrediendo a otras personas o a sí mismos.
- La rebeldía transgresiva: consiste en ir contra las normas de la sociedad, aparentemente por egoísmo o por demostrar que no existe la disposición para cumplirlas, pero en realidad, es para demostrarse hasta dónde pueden llegar y soportar la presión social.
*Estas tres formas descritas son tipos de rebeldía que tienen su origen en la inseguridad e inmadurez del adolescente.
- La rebeldía progresiva: es signo del adolescente que sabe soportar el paso de la realidad pero permite la “injusticia”; acepta las reglas, pero las discute y critica para mejorarlas; propone soluciones o alternativas y trata de negociar ¿ideal de adolescencia?, depende del contexto.
Debo mencionar que las actitudes rebeldes de los adolescentes pueden llegar a ser valiosas y positivas siempre y cuando encuentren a los adultos dispuestos a adquirir el compromiso de enseñarles a canalizarlas y que las manifiesten en un ambiente de cordialidad y respeto.
Pero, ¿cómo es posible hacerlo? Ayudándoles a los chicos y chicas a dirigir esta energía y aprovecharla mediante el convencimiento de que su actitud no debe establecerse por la controversia o repulsión hacia una idea, sino por convicción propia, sustentada en argumentos que le brinden tranquilidad no más altercados. Un adolescente sano cursa por todas las fases de rebeldía sin llegar a los extremos; si utiliza sólo un camino de expresión de rebeldía, hay que tomar las medidas pertinentes y acudir a una asesoría profesional para evaluar qué es lo que le impide ampliar la gama de recursos adaptativos y obtener mejores estrategias de convivencia y comunicación.
Las emociones del adolescente parecen exageradas, son inconsistentes y cambian repentinamente. Es importante recordar que son cambios de las formas en que expresan sus sentimientos y no cambios a los sentimientos en sí. En el periodo adolescente un chico necesita cariño, afecto y apoyo por parte de sus padres; así como también de mayor comprensión y paciencia, ya que, sufre una serie de cambios tanto en su aspecto físico como en su forma de pensar y, al no saber afrontarlo requiere de la ayuda de los adultos, pero se niega a solicitarla o incluso, a aceptarla, pues es su manera de percibir que está siendo autónomo.
Por lo anterior, el grupo de pares o de iguales, se convierte en fuentes importantes para ofrecer apoyo social al adolescente, ya que le ofrecen mayor capacidad de comprensión y escucha y es ahí, con ellos, donde como padres se abre la posibilidad de acercarse a esa red social, manteniendo una distancia óptima para poder saber qué le pasa al hijo adolescente y cómo ayudarlo en el momento oportuno sin que se sienta invadido ni exhibido o expuesto al ridículo con sus iguales.
A los adolescentes se les dificulta comunicarse con los adultos (en especial con las figuras parentales); y no significa que no necesiten y deseen establecer comunicación con los padres, sino que no saben ni cómo ni cuándo hacerlo; por eso es recomendable adquirir la personalidad del “padre/madre- refrigerador”, que funciona igual que el refrigerador de nuestras casas, sabemos dónde se encuentra y acudimos a él cuando necesitamos algo de su interior confiando en que va a satisfacer una necesidad básica y nutricia, pues estamos seguros de que nos lo brindará y que cada vez que lo abramos estará allí, iluminado dando claridad para ver qué es lo que buscamos, sin imponer lo que supone que requerimos; con una temperatura fresca y adecuada para conservar las cosas en un estado saludable; silencioso, sin esperar que le agradezcamos ni le reconozcamos el servicio que nos otorga; pero dentro de su sencillez ocupando un lugar especial en nuestra vida cotidiana.
Los padres no deben volverse rivales de los amigos de sus hijos adolescentes; por el contrario, hay que conocerlos y acercarse a ellos y a sus propios padres, para monitorear a la distancia su poder de persuasión; teniendo claro que las influencias de los padres y los iguales se complementan; las recibidas de los padres son decisivas en el desarrollo del adolescente, en lo que afecta su futuro como los estudios, vida laboral, cuestiones económicas; mientras que los iguales determinan las opciones de su presente, sus deseos y necesidades actuales como las relaciones sociales, temas sexuales, diversiones, apariencia, modas, intereses musicales, recreativos, etc.
Los adolescentes buscan independencia, y por ello, desean realizar actividades sin el control paterno constante; les molestan las ocupaciones caseras, las preguntas de los padres sobre su vida privada; empiezan a perder la docilidad infantil volviéndose oposicionistas y, por lo tanto, para la percepción paterna: ingobernables. Idea lógicamente entendible, los padres caen en una especie de espejismo que los confunde ya que, conviven con personas que pueden parecer adultos físicamente que desean ser tratados como tales, pero, en el interior son adolescentes que no saben a ciencia cierta ni lo que quieren ni a qué aspiran; por lo tanto, la intervención de los padres en el desarrollo de sus hijos y en especial durante este periodo es crucial, la calidad de relación que establezcan con sus hijos y el tipo de disciplina que empleen con ellos, permitirá que se favorezca el logro de los objetivos que se planteen los hijos adolescentes.
Es importante otorgarles una responsabilidad que exija su cumplimiento y, al mismo tiempo, les permita tomar decisiones, lo cual concederá a los padres poder estar al tanto de la vida de sus hijos para que ellos les tengan confianza, sin invadir ni su espacio personal ni su privacidad.
En la adolescencia los espacios donde son posibles las interacciones sociales se amplían y crecen junto a los deseos de independencia, ya la vez, el chico o chica demanda un enorme monto de afecto y atención por parte de sus padres, pero finge que no es así, traduciendo su forma de recibir amor retándolos continuamente. Por ello, la tolerancia y el temple de sus figuras parentales serán la única forma de sentir su amor incondicional. Aún y cuando, esto lleve a los padres a ser candidatos para un implante de hígado.
Paralelamente al alejamiento de la tutela parental, como ya mencioné, el adolescente busca establecer lazos más estrechos con sus compañeros, sus pares, sus iguales. La amistad del adolescente tiene una función primordial para:
- Su integración a la sociedad, pues le permite reforzar su identidad y entablar relaciones duraderas basadas en la confianza, la intimidad, la comunicación, la expresión abierta del afecto y el conocimiento mutuo. Durante este periodo el chico valora a sus amigos específicamente por sus características psicológicas, y por ende, está seguro de que son los amigos las únicas personas capaces de compartir y ayudarle a resolver sus problemas emocionales sin juzgarlo, criticarlo o devaluarlo.
- Aportarle un sentimiento de igualdad y de pertenencia a un grupo, relaciones que se vuelven más íntimas debido a que son idénticas por naturaleza; es decir, al ser similares y de igualdad, permiten que el adolescente experimente y exprese sin temor ni censura toda la gama de afectos y valores positivos (cariño, confianza, lealtad, colaboración, apoyo, respeto etc.) y negativos (celos, ira, agresividad, cólera, rechazo, molestia, indiferencia, etc.) sin sentir que serán juzgados o rechazados.
Entonces, ¿cómo educar sin invadir? En investigaciones se ha observado que los diferentes tipos de disciplina parental se relacionan directamente con la aceptación por parte de los hijos; por ejemplo, los padres democráticos crean un ambiente propicio para la comunicación y apertura, lo que permite la expresión de afectos y necesidades de todos los miembros que la conforman; en contraste, los adolescentes manifiestan un marcado rechazo hacia los padres autoritarios y hacia los excesivamente permisivos, ya que los adolescentes lo interpretan como desinterés e indiferencia.
Tipos de disciplina parental:
1.Padres democráticos: los adolescentes con conductas más independientes y seguras, proceden de familias con padres democráticos que favorecen la adquisición de la autonomía personal, que se expresan emocionalmente y mantienen una comunicación abierta; así también, ejercen disciplina razonada con tolerancia y flexibilidad adecuadas con exigencias acordes con la edad de su hijo. Este tipo de disciplina favorece el desarrollo integral del adolescente, una mayor adaptación e incluso resultados académicos superiores.
- Padres autoritarios: quienes no favorecen el diálogo y la comprensión, no demuestran afecto a sus hijos, ejercen un fuerte control sobre ellos y les exigen demasiado, no permiten que se discuta su autoridad y poder. Estos padres no demandan de sus hijos superación personal, sino el cumplimiento de expectativas o frustraciones propias de los padres, propiciando la distorsión de la comunicación, así como continuos conflictos familiares que terminan por desgastar la convivencia social.
- Padres excesivamente permisivos: al no ejercen ningún tipo de control sobre sus hijos, no les permiten tener metas y objetivos personales para lograr, les provocan sentimientos de abandono y de carencia de importancia, lo cual, merma su desarrollo personal.
Por todo lo anterior, para educar “sin el hígado” se debe:
- Ayudar a los adolescentes a que descubran que valen por lo que son y darles oportunidad de que vivan sus propias experiencias en situaciones que no impliquen riesgos mayores, teniendo en cuenta de que no necesitan sermones o presión, sino cariño y aceptación. Los adolescentes sienten más deseos de complacer a los padres cuando se sienten apreciados que cuando los atormentan.
- Criticar la situación y no a ellos, es decir, cuando se les critica para corregirlos, es esperado que se defiendan y no acepten sus fallas.
- Escuchar lo que expresen, sin cuestionar si tiene o no razón, otorgándole la mayor atención posible sin rechazarlos o insinuar que lo que dicen carece de importancia, pues para ellos sí es importante y merece respeto.
- Brindarle cierta libertad pero estando al pendiente de él; cuando el adolescente decide cómo vestirse y organizar sus cosas, busca en realidad su independencia y autonomía. Por supuesto que hay que dejarle en claro que hay ciertos tópicos (los que atenten contra su integridad, su salud física o mental, su vida o la de otros) en los que no hay margen de negociación.
- Fomentar un ambiente familiar tranquilo y apacible, lo que le permitirá compartir sus intimidades, pero dándole el tiempo necesario para que lo haga cuando así lo decida pertinente; no hay que agobiarlo con preguntas que se conviertan en interrogatorios ya que, ocasionará que entre en mutismo y cierre los espacios de ingreso a su vida personal.
- Tener paciencia con él o ella y tener límites claros pero razonados, no impuestos, pues le brinda seguridad y ayuda a formarlo.
- Tener cuidado con lo que los hijos ven y leen, no a base de represión, sino de reflexión, para evaluar cómo lo asimilan y ayudarles a formarse un criterio, no imponérselos.
- Mantener una relación entre lo que decimos y lo que hacemos, dicho de otra manera, que prediquemos con el ejemplo siempre que nos sea posible, y así enseñarlos en a ser coherentes.
- Debe existir un acuerdo entre padre y madre en lo que respecta a la forma de educar.
- Dar cariño y afecto, sin confundirlo con sobreprotección. Esto les ayuda a afrontar con éxito la mayoría de las tareas a las que se enfrentan.
- Facilitar el establecimiento de cauces positivos de la comunicación. Saber nosotros expresar nuestros sentimientos y hablar sobre cómo nos sentimos les ayudará a ellos a aprender a hacerlo.
- Supervisar las actitudes de sus hijos e hijas, exigiéndoles responsabilidades. Estableciendo límites claros, más siendo flexibles al ajustarse a nuevas necesidades.
- Limitar el uso de consolas o videojuegos, ya que “No son buenos los excesos pero tampoco las prohibiciones”. Hacer propuestas alternativas de ocio es importante, puesto que depende de los padres y madres que sus hijos e hijas se interesen por otras actividades. Igualmente, mantener interés por todo lo que rodea al videojuego (leer la carátula para asegurándonos antes que el juego está adaptado a su edad) y acompañar al adolescente en algunos momentos del mismo, es la mejor manera de compartir intereses, de conocer su mundo y sus inquietudes.
- Respetar horarios de sueño, dando prioridad al descanso y haciendo ver al adolescente los beneficios del mismo en su salud física, psíquica y emocional.
Por último, es muy importante estar alerta de cambios emocionales desproporcionados o que se presenten por períodos de larga duración, ya que estas señales pueden indicar problemas emocionales severos. De ser así, busca asesoría psicológica para orientar adecuadamente la educación y salud mental de tu adolescente. Si eres tú quien está pasando por una crisis personal al relacionarte con tu o tus adolescentes, también debes acudir. Recuerda que hay que ser inteligente a la hora de educar. Hacerlo con la cabeza, no con el corazón y mucho menos con el hígado.
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Psic. Alicia D de P
Dra. Descanso ®
FUENTE:
http://www.encauzaconsultoria.com/adolescentes_rebeldia.pdf
La Rebeldía Adolescente o cuando los padres educan con el Hígado