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Desde que comenzó la crisis sanitaria, se han multiplicado las horas en que madres y padres pasan con sus hijos y ello es una oportunidad más para aprovechar a fomentar la comunicación y, sobre todo, es un buen momento para trabajar la autoestima.
Ahora bien, no debemos confundir autoestima con estado de ánimo, pues un día nos podemos levantar más desganados, sin ánimos, etc., pero eso no quiere decir que uno mismo piense que no es capaz de hacer algo o de llegar a ser alguien, eso es muy diferente.
Pero antes de definir qué es la autoestima, es importante hacer referencia al autoconcepto, el cuál es una parte importante de nuestra autoestima. El autoconcepto es la imagen que tenemos de nosotros mismos a partir de nuestras cualidades y habilidades. Mientras que el cómo nosotros valoramos esta imagen de nosotros mismos es lo que conocemos como autoestima.
Esta imagen la vamos formando a lo largo del tiempo desde nuestra infancia, en base a las relaciones que establecemos con las personas de nuestro entorno: profesores, amigos, hermanos y principalmente nuestros padres o cuidadores principales. La imagen que tenemos de nosotros mismos puede o no coincidir con la imagen que los demás tengan de nosotros. En ocasiones nos verán como alguien muy valioso pero nosotros no terminaremos de creérnoslo, pero ¿por qué ocurre esto? Como ya mencioné, nuestra autoestima comienza a formarse en la infancia, por lo que los mensajes que hemos recibido son los que marcaran la imagen que tengamos de nosotros mismos.
La madre y el padre, fungen como espejos para un niño desde que nace y a través de esta relación se le refleja cómo y quién es. La teoría del amor incondicional refleja la importancia de que los cuidadores principales quieran a sus hijos aceptando, reconociendo, comprendiendo y perdonando los errores o imperfecciones, ya que son propias de todo ser humano. El amor incondicional también implica el perdonar. Si yo nunca perdono a mi hijo, ¿cómo va aprender él a hacerlo? Ante los fallos o el malestar del niño tiene que sentir que le apoyamos independientemente de que en ocasiones pueda portarse mal o suspender, por ejemplo.
Por tanto, nosotros somos su espejo y les reflejamos todo aquello que aprenden y que van formando día a día su personalidad y autoestima. Si este espejo tiene un reflejo mayormente negativo y crítico, la autoestima de nuestros hijos se verá sumamente dañada. Si nuestro hijo siempre recibe mensajes como “eres un flojo”, “¿por qué te has quedado en el 9,5 y no has llegado al 10?”, “ya lo hago yo que tú no sabes” y un largo etcétera, entendemos entonces que nuestro hijo se percibirá como un niño inútil, que no sabe hacer las cosas bien y desde luego se generará en él un sentimiento de que no es capaz, y de que haga lo que haga nada es suficiente.
En lugar de ello, siempre las críticas deben ser constructivas, y enseñar y ver juntos soluciones ante los fallos que han podido producirse. Pero una constante crítica genera en el niño cogniciones negativas y por tanto el empleo de la autocrítica.
Además de evitar estas malas prácticas, debemos ayudar a nuestros hijos a valorarse a sí mismos. Muchos niños y adolescentes tienen problemas de autoestima hoy en día, por eso tenemos que tener cuidado con nuestras palabras y actitudes. Esta es la diferencia entre cómo nos vemos y cómo nos gustaría ser. Si creemos que nos acercamos mucho a cómo queremos ser tendremos alta autoestima, pero si no es así sufriremos baja autoestima. Esta, relacionada con un concepto positivo de sí mismo, potenciaría la capacidad del niño para desarrollar sus habilidades y aumentar la seguridad personal, mientras que un bajo nivel probablemente lo conduciría hacia la derrota o el fracaso en cualquier ámbito de su vida.
Pero, ¿cuáles son las consecuencias de tener una baja autoestima? Los niños que tienen baja autoestima no poseen suficiente confianza en sí mismos y no se suelen sentir integrados en clase e incluso en la familia. Pueden tener problemas de rendimiento en el colegio. Además se suelen encerrar en sí mismos y no comunican sus problemas a los demás. A veces entran una espiral de fracaso en los estudios.
Por ello, es muy importante que principalmente los padres se den cuenta de este problema para intentar que lo superen día a día. Entonces, podemos comprender el papel primordial que un padre y una madre tienen en el bienestar emocional de sus hijos. Normalmente la baja autoestima está relacionada con relaciones disfuncionales en casa. Si no tenemos en cuenta determinados aspectos que puedan estar generándose desde casa dará lugar, en el futuro, a adolescentes y adultos con sentimientos negativos y un autoconcepto pobre de sí mismos.
En resumen, cuando son pequeños su autoestima depende de nosotros, los adultos, ahora bien, ¿qué herramientas se pueden poner en marcha para fomentar la autoestima de un hijo?
- Darle autonomía y responsabilidad en función de su edad. Por ejemplo, que se vista solo, que haga su cama o que ayude a poner la mesa.
- Tenerle en cuenta en decisiones que correspondan con su edad.
- Pasar tiempo de calidad y en exclusiva con él o ella.
- Reforzar sus talentos para que se sientan seguros y puedan afrontar sus retos. Si además ven que nosotros tampoco nos rendimos ante el fracaso estos irán mejorando poco a poco.
- Ante los errores que cometa es importante buscar soluciones juntos y enseñarle de qué otra manera puede realizar las cosas. ¨¨Los gritos y las amenazas no enseñan, sino que más bien, generan miedo y desconfianza.
- Evitar a toda costa el emplear juicios de valor y etiquetar con frases del tipo “eres tonto”. Estas frases dañan la autoestima y generan en un niño sentimientos de poca valía y cogniciones negativas.
- No criticarle frente a otras personas o en público: uno de los grandes errores que cometemos es criticar a nuestro hijo delante de la familia, los amigos o los padres de otros compañeros. Si este se porta mal o ha tenido por ejemplo una mala calificación nunca tenemos que comentarlo delante de los demás sino en privado. Además de regañarle por lo que no ha hecho bien tendremos que intentar que note nuestro afecto y nuestra actitud de ayuda incondicional. Tiene que saber que le apoyaremos para que logre superar esta situación negativa.
- Evitar a toda costa hacer comparaciones: por ejemplo, evitar comparar sus actitudes con las de otros niños de nuestro entorno como sus hermanos, sus primos o sus compañeros de clase. Cada uno es único y tiene un talento diferente que debe explorar y reforzar. No le ayudamos si le estamos comparando continuamente con otras personas. No tiene ningún efecto positivo.
- Establecer normas y límites genera mucha seguridad y tranquilidad en el niño. Esto le permitirá saber hasta dónde está permitido llegar, lo que implica un manejo de la frustración, que está relacionada con la propia autoestima. No es más que aceptar los errores propios y entender que hay necesidades o deseos que no podemos satisfacer.
- Valorar todo el proceso realizado y no centrarnos únicamente en el resultado. Por ejemplo, nuestro hijo ha realizado una competencia pero no consiguió ganar. Él se siente bastante triste y si nosotros alimentamos esta tristeza, se va a generar un sentimiento de poca valía en él. Podemos remarcar todas las acciones buenas que ha llevado a cabo y que han estado a punto de llevarle a la victoria.
- Dejarle que cometa errores: puede ser difícil ver a nuestro hijo equivocarse o sentirse rechazado, pero si le privamos de cometer fallos nunca aprenderá de ellos y su tolerancia a la frustración será baja.
- Enseñarle a gestionar sus emociones: es normal intentar animarle cuando está triste, sin embargo, si “le protegemos de sus emociones” jamás aprenderá a gestionarlas. Debemos mostrarle cuál es el equilibro entre expresar sus sentimientos y aprender a autorregularse. Validar las emociones es fundamental.
- La sobreprotección es la principal fuente de inseguridad en el niño. Nuestro deber como padres es cuidar a nuestros hijos, pero hay un límite, no podemos estar en hiperalerta constante, ya que esto genera en el niño la creencia de que el mundo es peligroso. No hagamos por él las cosas siempre que él pueda hacerlas por sí mismo, dale tiempo y refuerza el que con perseverancia logrará lo que se proponga. Hay que permitir que el niño experimente, juegue, llore y que se equivoque. Los padres deben ser sus guías y orientadores de vida y darle todas las pautas que necesite para enfrentarse a los diferentes desafíos que puedan venir.
Una autoestima sana nos permite sentirnos seguros en nuestro día a día: en el trabajo, en la interacción con nuestros amigos y nuestra pareja, con nuestra familia y en todo aquello que nos propongamos.
Para que nuestros hijos sean adultos seguros y se acepten de forma incondicional, debemos de realizar un arduo trabajo desde la infancia, ya que los adultos somos el motor de su autoestima y se mirarán como fueron mirados.
“Dale confianza y será confiable, respétalo y será respetuoso, dale seguridad y tendrá fe en sí mismo”
FUENTE:
Psic. Alicia D de P
Doctora Descanso ®
Que sueñes con los angelitos ®
